Una noche cuajada de Estrellas
Tu vientre está seco, le dijo la Engracia, mientras sus manos heladas le revolvían las entrañas. Por un instante sus miradas se cruzaron, Estrella se aferró a los hierros del sillón con tanta fuerza, que de haberlo querido, de cuajo los hubiese arrancado. Pero la pena pudo más que la ira y solo acertó a dejarse llevar por un tibio llanto. Él, arqueó las cejas en un gesto de contrariedad, el desprecio acumulado, se fue adueñando de la estancia. Vístete y vete a casa, le ordenó. Luego volviéndose hacia la curandera, le tendió dos billetes de veinte.
Enfiló
Estrella, la última curva camino de la casa grande. Los silencios
cuajaban de crisantemos las esquinas de su corazón, sola en medio de la nada,
se dejó caer a la orilla del arroyo. Cerró los ojos, rogándole a sus miedos que
la dejaran soñar. Emboscada al otro lado de la
vida, se vio bailar, mientras unos ojos de
mirada lasciva la perseguían. Te he de amar
mientras viva, le susurró con avaricia de enamorado, un joven en el que quiso ver, al hombre de su vida. El sueño se enturbió,
despertando en un lugar donde nada sucede más que el tedio y el desafío. Huir o
morir, no cabían más caminos.
El aire
arrastraba la humedad de un otoño recién parido, las voces gritaban el nombre
de Estrella. En el cristal de la que fuera su habitación, se halló escrito: Soy
más de lo que crees, José jamás lo borró.
Otros relatos salidos desde lo más profundo, en casa de Alfredo, <La plaza del diamante>