Enlazando risas y juegos sin apenas darnos cuenta, se
engendró la amistad más perfecta. Las cinco nos pensábamos inmunes al
desencanto, nada ni nadie podría socavar estos lazos, o eso creíamos en la
inocencia de una edad, en la que deshojar los días quedaba fuera de nuestro
alcance. Pero el destino es cruel y no repara en daños, lanza sus cartas y al
voltearlas, descubres que todo cambia en milésimas de segundo. Aquella tarde
tras muchas risas y mucho alcohol, frente a la caseta de feria donde voceaban
papeletas a un euro, yo insistí en comprar cinco; una para cada una de nosotras.
La sorpresa llegó cuando al abrirlas, el premio gordo estaba en la mía. Han
pasado treinta años y aún no me lo han perdonado. Y es que un viaje a Cuba, es
mucho premio, sobre todo cuando a mi regreso volví con Sebastián; un escultural
cubano que no se cortaba medio pelo en susurrarme, mamita, delante de las que
se llamaban mis amigas.
Si os pasáis por el blog de Juan Carlos ( ¿Y qué te cuento?) encontraréis otros muchos premios.