Cincuenta años, hoy, cumplía cincuenta años. Miraba con desespero el reloj, las horas se le hacían eternas, se sentía esclavo de la rutina monótona de un gris trabajo. El, que podía ser el dueño del mundo, estaba aquí, precisamente aquí. Los recuerdos se le agolpaban queriendo salir. Los sujetaba a base de apretar los dientes, era un maestro en este arte, pero esta vez estaba claro que se le iban a instalar en el mismo centro de su alma, taladrándola sin que pudiera hacer nada.
Ella había dedicado toda su vida a él. Enviudo siendo muy joven, hubo de trabajar sin descanso para sacarlo adelante, sin familia, sin amigos, ella y su hijo, su hijo y ella. Lo mejor para mi niño, decía una y otra vez. El mejor colegio, la mejor universidad, la mejor mujer. Tan buena mujer buscaba que nunca acepto a ninguna. Nadie igualaba a mamá.
Después de toda una vida junto a ella, era el centro de su universo. Al concluir sus estudios cum laude, le invitaron a viajar al otro extremo del planeta, un puesto de gran relevancia, digno de su capacidad y preparación. El preguntó ¿podrá viajar conmigo mi madre? No, dijeron, solo usted.
No dudó, pero ahora después de tanto tiempo, demasiado, se siente ahogado, prisionero sin posibilidad de escapar. Tal vez pensó, la única salida sea esa muerte dulce de la que todos hablan, pero no, ¡que absurda ocurrencia!, tengo que ocuparme de ella, ¿Quién la cuidaría?
Volvió a mirar el reloj.
Ya falta menos, ahora estará en casa preparando la fiesta sorpresa. ¿Fiesta?, ¿que clase de fiesta es esa?, ella y yo, yo y ella. ¡Sorpresa!, durante cuarenta y nueve años he representado el papel de sorprendido, hoy no será la excepción, hoy será la representación número cincuenta.
Pero no, no me quejare, lo ha dado todo por mí, y ahora me necesita, no sabría hacer nada sin mí. Ella y yo, yo y ella.
¡Ya es la hora! , por fin.
Ordenó la mesa, las carpetas verdes a la derecha, sobre ellas las blancas, sobre ellas las azules. En la batea, el correo que llegó a última hora preparado para su reparto. Lapiceros al cajón. Todo alineado, perfecto.
Empujo el sillón dejándolo encajado en la mesa. Del armario tomo su abrigo, hoy hacía un frío polar el que cala hasta los huesos, lo abotonó hasta el cuello. De los bolsillos saco la bufanda y los guantes. Los miró y le parecieron feos, rematadamente feos, aun así se enfundo en ellos, era el último regalo de mamá.
Anduvo cabizbajo, el viento gélido penetraba incluso en sus pensamientos, volviéndolos aun más triste y negros. Al pasar frente al café que bordeaba la esquina de su edificio se detuvo un instante y la vio tras la caja registradora, María, la bella María. Que dulce mujer, siempre le sonreía, como ahora.
María agita su mano invitándole a entrar, le sonríe y sus ojos se iluminan, el mueve su cabeza de lado a lado diciendo, no, y continua a paso ligero. Siente que su corazón palpita enfadado, ¡como le gustaría sentirla cerca! María, deletrea en silencio.
Al llegar a casa le sorprende que todo este en tenue penumbra, no se escucha más que la nada.
!Madre!, la llama, nadie responde
!Madre! repite, dirigiendo sus pasos de habitación en habitación.
El cuarto de Eloísa está abierto, entra, no comprende el sentido de ese desorden, vestidos, camisas, suéter, todo está tirado en el suelo. Lo recoge ¿que ha podido pasar?, se inquieta. De una ojeada recorre la habitación, en un rincón cerca de la cabecera de la cama asoma un sobre abierto ¿y esto? Curioso extrae el papel que hay dentro, es una carta. Una carta dirigida a su madre de un tal Ezequiel.
A medida que sus ojos leen lo que hay escrito, la rabia le nace desde lo más profundo de su ser.
Frase a frase le revela una ardiente pasión, detalla un paseo cálido y húmedo por el cuerpo aprendido por los años. Un amor oculto, gemidos contenidos y maquillados sobre una máscara de falso pudor.
La ira inunda sus ojos, tanto perdido en el camino, para esto, cuanta mentira en su boca al cantarte tú y yo, yo y tú.
Se dejo caer en el sillón de ella, el sillón que la abraza cada día, amoldado al contorno de su cuerpo, al hacerlo su olor le hiere.
Cuando la noche daba paso a un nuevo día, Eloísa regreso envuelta en felicidad, lo había decidido, si le diría que ya era hora de que volara solo, de que se marchara de casa. Buscara amigos, amigas, una mujer, le pediría que se independizara, ella necesitaba vivir, necesitaba mostrar al mundo su amor, no había nada ni nadie que se lo impidiera ya muerta Jacinta, la mujer de Ezequiel, eran libres, por fin eran libres.
Al entrar en casa fue directa a la habitación de Tomás, lo encontró dormido. Tranquila se fue también ella a descansar, había sido un día muy largo. Mañana hablaría con su hijo.
Bien entrada la mañana, la encontró Marisa, la asistenta, fue a llamarla, al ver que no respondía la movió, un grito sobre salto a los vecinos. Eloísa estaba muerta.
LA MUERTE DULCE había entrado en la casa, decían unos y otros.
Llegaron los exterminadores.
Cuando llega a un lugar deja rastro, se decían asustados los vecinos.
¡Pobre Eloísa!, fue enterrada sola, de su hijo nadie sabía nada.
Si quereis leer más sobre esta iniciativa de José Vicente en relación con la Muerte Dulce, daos una vueltecita por su blog
Logras hacer sentir esa angustia interior de aquel que sabe haber desaprovechado su vida sin que pueda gritarlo.
ResponderEliminarUna lectura que hace en algunas lineas rebelarse antela situacion y decirle "corre....".
Un beso
Un relato que pone los pelos de punta. Va de la confianza, que queda totalmente retrada por su ausencia.
ResponderEliminarque bonito lo has escrito, San, creible, delicado, Sorprendente!!!.
Un relato que deja huella y hace pensar.
Un beso, qeurida amiga.
Me pareció que ya lo había leído y, efectivamente, así era.
ResponderEliminar(San, sería estupendo que, dado que blogger ya tiene un detector de spam, suprimieras lo de la verificación de la palabra, porque cada día es más difícil de leer y entender)(segundo intento) (tercer intento)
Un relato magnífoco San, me lo pareció cuando lo leí por priemra vez y me lo sigue pareciendo.
ResponderEliminarMuchas gracias por el enlace.
Un abrazo
los años enseñar a saber cuál es el lugar de cada uno, cuando has vivido para otro, estas perdiendo tu vida.
ResponderEliminarSencillamente genial, crudo, duro, como la vida misma.
ResponderEliminarBesicos.
Me desespero, me angustio, me desilusiono, me lleno de ira. Voy viviendo con los personajes su cruel historia hasta su desenlace. Los tengo acá, al lado mío... Y ello, gracias a tu buen relato!
ResponderEliminarUN FUERTE ABRAZO (muy buena propuesta la de José Vicente)
Me gustó, aunque ya era la segunda lectura. Será que le sienta bien la solera... leer despacio los buenos relatos.
ResponderEliminarUn besito.
Chelo, una buena aportación a la idea de Jose Vte, me gustó mucho cuando lo leí en el blog de la 'Muerte dulce'. Te está haciendo una profesional de las buenas historias :))
ResponderEliminarUn abrazo, guapa.