Les oyó hablar
mientras tomaban la última ronda, el alcohol suelta las lenguas, pensó. Uno detallaba
al otro el lugar exacto: - justo donde
el curso del río parece que se bifurca, a la derecha, entre los troncos
amontonados… luego susurraron cosas que ya no comprendió. Sin dudarlo, esa
misma noche partió hacia aquel lugar, sería ella la primera en hacerse con el
yacimiento.
Pero el filón
permanecía oculto a sus deseos de riqueza. Por más que movía y removía aquella
tierra, la criba del cedazo solo encontró decepción y la más cruel
desesperanza. Mañana es mi último día, me conformaré con estos escasos granitos
dorados.
Amaneció, y
empujada por la ambición, se permitió un nuevo intento. Cuando la mañana tocaba
a su fin, cansada, irguió su cuerpo, y allí, justo frente a ella, le vio. –Mío,
tiene que ser mío, pensó.
Él estaba de pié
en mitad del río, llevaba el torso desnudo. Con el reverso de la mano secó las
gotas de sudor que resbalaban por su rostro. Al verla quieta con la mirada
perdida en él, le sonrió. –Mío tiene que ser mío, se repitió.
Esa noche junto a aquel
cuerpo perfecto, al abrigo de la luna nueva, se amaron hasta caer rendidos. A
Thomas le despertó un dolor punzante, tanteó buscando el calor de ella, pero no
estaba. Se llevó la mano hasta su cara…
Dos muelas, un
colmillo y un premolar de oro habían sido arrancados de su boca.