–Vístete
rápido, la tía Regina ha muerto, nos vamos al pueblo. Durante el viaje, papá
fue reviviendo para nosotras pasajes de su vida con la tía Regina. Era la
hermana de la abuela, ella lo crío como si fuera su propio hijo. –Tu madre es
una artista, le decía cuando papa preguntaba por ella, tiene que viajar mucho.
Pero en uno de esos viajes la abuela decidió no regresar, olvidándose de su
pueblo y de su hijo.
Cuando
llegamos solo Amelia nos esperaba. Yo corrí hacia su abrazo. Amelia era el ama
de llaves, aunque para mí era mucho más. Confidente y compañera de juegos, fue
mi guía en esa casa inmensa, en la que las habitaciones ocultaban tantos
recovecos, como secretos. Mientras papá ponía orden en las cosas de la tía y
mamá empaquetaba todo lo de valor. Yo me dediqué a husmear, eso decía Amelia
sonriéndo complaciente. Nunca había subido al trastero de la casa, no por falta
de curiosidad si no por un irracional miedo, pero ahora ya era mayor y eso me
envalentonaba. Al abrir la puerta un olor a humedad se expandió libre
envolviéndolo todo. Allí se amontonaban objetos ya inservibles, pero que por un
extraño apego la tía Regina se negaba a tirar. Toque, removí, abrí y cerré
cajas llenas de recuerdos tan grises como el polvo que las cubría. Entre tanto
desorden, halle un baúl, de madera tallada. Al abrirlo quedé sorprendida, en su
fondo solo había un cuaderno. Lo cogí, en su portada habían escrito: Recetas
para enamorar.
Esa
noche cociné para papa y mama. El manto de tristeza de los últimos días dio
paso a risas descontroladas, a miradas cálidas y cómplices entre ellos, esas
que ya no vivían en sus ojos desde hacía tiempo. Yo reí con ellos, con sus
historias de cuando se conocieron y de cómo fue su vida antes de llegar yo, luego
los dejé
a
solas, era su momento.
Esa
noche me dormí, acunada por los sonidos del amor.
Bueno, la vida sigue y hay que vivirla. Frente a la muerte, siempre estará el amor.
ResponderEliminarSaludos.
Se me ocurre que tal vez no tengas inconveniente en pasarme el recetario, que una ayudita nunca viene mal si se trata de mantener viva la llama del amor.
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato.
Un fuerte abrazo.
Mejor que haga fotocopias. Yo me apunto.
ResponderEliminarEl relato, también tiene el aroma de la poesía bien cocinada.
Un abrazo.
Una buena herencia dejó la Tía: recetas para enamorar... ¿has dicho algo?
ResponderEliminarLlamándose Regina, tenía que ser reina de la sabiduría: quien domina el amor, todo lo puede.
ResponderEliminar(Me encanta ese comentario de "subir al desván a desempolvarlos" ¿va con segunda?)
ResponderEliminarY no la traumatizo el descubrimiento de que sus padres también lo hacen?
ResponderEliminarEse libro de recetas y la imagen, hacen perfecto juego con tus palabras.
ResponderEliminarbesos, amiga San
Me había perdido este precioso relato tuyo, menos mal que he entrado a ver la convocatoria del jueves y he ido paso atrás hasta dar con él. Una maravilla.
ResponderEliminarMe hubiera gustado escribir algo tan sublime.Eres una gran escritora.
Besos
La tía Regina era la hechicera del amor que transmitió pasión y mucho cariño a toda su familia. Imposible olvidarla e imposible sentirse flotando mientras se lee tu relato tan adorable.
ResponderEliminarun abrazo :))
Que bien que aplicara ese recetario en casa y con hechos, lograra transmitirlo a sus padres. Me encantó SAN.
ResponderEliminarUn abrazo
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ResponderEliminarheading home for Christmas.
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