Los secretos de Gabriel
No es demasiado
alto, ni demasiado bajo. No es guapo, pero tampoco feo. Es educado, aunque a
veces resulte un tanto tosco. Aún así gusta hablar con él, bueno más que hablar,
cruzar esos saludos de cortesía cuando te acercas hasta su quiosco, para
comprar las noticias del mundo.
Doña Maruja, la de
la tienda de ultramarinos, lo conoce bien. Dice que su mujer no es su mujer, a
pesar de llevar once años de feliz convivencia y de tener dos hijas. Que ella, esta
chica, se llama Martina y es su compañera. Dice también, que su mujer es una
morenita, que llegó con lo puesto en una barcaza, desde el otro lado del mundo,
y como perro fiel que husmea las pisadas de su amo, siguió sus huellas, y que a
pesar de encontrarlo junto a la rubia de ahora, continúa amándole como el
primer día tras su boda concertada.
Con ella tiene un
chico de pelo ensortijado, negro, muy negro, añade bajando un poquito el tono
de voz para no ser escuchada por otra clienta. Que él inconformista, ahora anda
tras la peluquera del barrio. Una mujer entrada en años y en carnes, veinte más
que él, digo años, no kilos.
Yo abro los ojos llena
de asombro, como escandalizada por todo lo que la señora cuenta. Pero cuando
cada mañana bien temprano, extiendo mi mano para abonar el periódico, y Gabriel
me mira fijo penetrando sus pupilas hasta el centro mismo de mis entrañas y me
sonríe cubriéndome toda, entiendo esos porqués de él, y los de sus circunstancias.
Y es que en las
distancias cortas Gabriel, es mucho Gabriel.
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