Te vas cuando el día
aún no ha comenzado a clarear. Tu último suspiro me llama con voz queda,
arrancándome del sueño más liviano. Me acerco hasta ti que me esperas arropada
entre lienzos inmaculados y te encuentro pálida, detenida, como ausente. Para
calmar mis ansias escondo mi cara en la calidez de tu cuello y te susurro cuánto
te quiero. En paz abandonas tu cuerpo y él inerte y frío me devuelve a la
realidad de esta vida que desnacemos al ritmo que marca el vaivén de las
mareas. De un tajo y sin piedad el verdugo del tiempo sesga la rama del árbol
que nos unía. Ya no me alimentará tu savia, ni tus raíces serán la cárcel de
mis secretos. Como en letanía perpetua grito a la noche tu nombre, pero nadie
responde, hasta la luna se cubre el rostro para no mostrarme el pozo hondo de
su pena negra. Me dejas sola en el destierro de unos días grises y enlutados. En
esta soledad, hoy seré yo la raíz y el tronco de otras ramas, que me enseñan de
nuevo a pintar la vida del color de la alegría.
Vives en mí porque yo soy parte de ti, pero ya no podré
olerte, ni tocarte, ni besarte, ni refugiarme en el amor de tus brazos de
madre.
Otros jueves de soledades los podéis leer en el blog de Pepe: Desgranando momentos.