miércoles, 27 de febrero de 2013

Las cuatro esquinas.





Atrincherado en mi cama
te has hecho el dueño de todos los espacios,
abiertos tus brazos de punta a punta
mis ansias no alcanzan a cubrirte
con el manto cálido de mis palabras.
Hazme un hueco donde tenderme,
escribe mi boca en tu boca.
Ofréceme la huella de tu cuerpo,
mi voz te reclama.
Sé mi refugio, mi paz, mi calma.
Sé el  cuenco donde se me derrame
la vida que no he vivido,
el páramo donde transite
mi lengua oxidada
tejiendo caminos entre las gotas saladas
que hasta tu cintura se  resbalan.
Amamántame con la espuma nívea
que de tu cuerpo emanas.
Cincélame con las yemas de tus dedos
Piérdete entre mi pecho
pozo de sueños
 donde arrojar las arras de tus deseos.
 Y así, en esta noche
donde tu alma y la mia
desandan las distancias que nos separan,
dejemos de vagar
por un instante
o dos
   o tres…
en este metro treinta.
Mar infinito
donde crecen peces de colores
y vuelan mariposas blancas.

miércoles, 13 de febrero de 2013

ESTE JUEVES UN RELATO: In Fraganti




Me llamo Francisco. Paco, para los amigos. Churri, para mí Cándida. Tengo 50 años, aunque no los aparento, bueno, mejor dicho, eso creía, hasta ayer, cuando mi señora esposa apoyada en el quicio de la puerta del baño me miró de arriba abajo y con voz jocosa comentó:
-Querido, lo que un día fue tripita, se ha convertido en tripón. Ahora mismo llamo al nutricionista. Mañana comienzas el régimen, y para que no te sientas solito te acompañaré yo.
¡Qué compasiva! pensé, ¡cómo se preocupa por mí! Para que no me sienta solito, se sacrificará y también tomara esas verduras insípidas y esos filetes vuelta y vuelta, que tanto odio. Porque la quiero y por seguir alimentándole el deseo,  obediente comencé la dieta.
A la semana ya había perdido dos kilos y así seguí durante unos meses. Supe que todo iba como esperaba, cuando al pasar una tarde junto a un grupo de chicas, la más atrevida entre risas exclamo: -¡cuerpo!
Mi autoestima engordó en ese instante todos los kilos que mi cuerpo había perdido. Lleno de entusiasmo, de regreso a casa, fui planeando una velada romántica con mi Cándida. Al llegar  preparé la cena, vestí la mesa… pero ¿y las velas? Por más que escudriñé no pude dar con ellas. Desesperado con tanta búsqueda, pensé en mi vecino Tomás, un hombre muy  amable que siempre está al quite. Seguro que él tenía, siempre tenía de todo.
Me dirigí a su piso. Mientras subía, marqué el número de teléfono de mi mujer para saber la hora de su vuelta. Cuando me encontraba frente a la puerta del 6º A, la melodía de un móvil conocido sonó. Yo en ese momento no entendía cómo la voz de mi mujer sonaba tras la puerta de ese piso.
Luego recordé a mi vecino. Él en los últimos meses había engordado, mientras yo adelgazaba. Entonces lo supe.
Los dulces que mi Cándida no me hacía, a él se los prodigaba.


Otras pilladas en casa de Gus (el apostata)

domingo, 10 de febrero de 2013

Reconstruir.



A la de tres.
Para que  todo encaje, para encontrar el orden perfecto, aunaron maña y fuerza, aquella mañana cargada de un gris plomizo, en la que una pieza díscola del puzle de la vida se desprendió, en un claro intento de rebeldía. Gabriela  subida al octavo peldaño de la gran escalera, empujaba con fuerza, mientras Román dirigía esta labor de titanes. Julia y Manuel habían amarrado la pieza con una cuerda trenzada de sueños e ilusiones y haciéndola pasar a través de la polea que la paciencia apuntaló en la bóveda del cielo, tiraron con fuerza hasta encajarla en el lugar exacto.
A lo lejos un árbol inerte dibuja un paisaje que rezuma esperanza, mientras las horas se precipitan hasta alcanzar  un nuevo horizonte. Un horizonte en tonos blancos.

miércoles, 6 de febrero de 2013

ESTE JUEVES UN RELATO: Un segundo de eternidad.



Venían siempre por la calle Martínez Molina. Su destino: la plazoleta de San Bartolomé.  Antes de poderlos ver, sus risas los anunciaban. ­­­-¡Ya están aquí! gritaban los más pequeños y todos corríamos a su encuentro. Entonces sacaban caramelos de los bolsillos y los lanzaban al aire. Manolita, Isabel, Santi…todos extendían los brazos a la espera de que alguno cayera dentro del cuenquito que  formaban al unir mano con mano.
Yo los observaba, y cuando distraídos  se volvían a arremolinar junto a los mayores, creyendo haberlo recogido todo, me arrastraba a ras de  los coches aparcados y sin importarme  que se llenara de mugre mi saquito recién estrenado, recogía los caramelos que rodando quedaban escondidos detrás de las ruedas. Luego con el trofeo  sabor a fresa haciéndome bola en el moflete, me sentaba en el escalón a esperar. Sin haber gastado aún del todo su sabor, aparecía él.
Para llamar mi atención, me silbaba  y yo de una “corretá” me paraba en frente suyo. Entonces se agachaba y entre risas me tomaba en volandas subiéndome en bomborombillos.
­-Pizco, ¿qué has hecho hoy?, me preguntaba caminando como al trote.
-Esperarte, le respondía. Y pensaba lo larga que era esa espera cada día, tanto como una eternidad.
Carmelo era el joven más famoso del barrio, era pintor y era mi amigo.

Lo que guarda un segundo o la eternidad podías encontrarlo en casa de Cecy

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