La Loli me llaman, cuando pasan frente a mí.
Aunque mi nombre es Dolores Valdemarín de Vargas Solís. Sí señores, un nombre y
apellidos de abolengo. Mis padres eran los duques de Valdemarín y yo como
pueden suponer viendo esta fotografía, fui la hija díscola, como hoy soy una
díscola anciana.
Lo de anciana que sepan ustedes que lo digo por
este cuerpo acartonado por los años, roto por tanto camino andado, seco y
arrugado por los vientos que lo sacudieron, nada más. Porque mis deseos, mis ganas de vivir, de amar, de sentir,
siguen intactos, igual que a los quince años, cuando me escape con Manuel el
hijo del molinero, el joven más bello que jamás había visto.
Luego hubo otros, tantos como el destino tenía dispuestos para mí. Jamás me importó murmuración alguna. Viví la vida, mi vida, como quise hacerlo: libre.
Luego hubo otros, tantos como el destino tenía dispuestos para mí. Jamás me importó murmuración alguna. Viví la vida, mi vida, como quise hacerlo: libre.
¿Qué pensaría hoy Manuel si pudiera verme? Él,
el que me enseñó a ver el mundo con otros ojos, el que cambio el señorita de... por la Loli.
Nada
tengo, nada tuve, excepto amor y felicidad. Sí, soy feliz aun viendo mi desdentada
boca cada mañana, cuando entre risas me coloco estos claveles rojos, como roja es la sangre que me corre por las venas,
como roja es la pasión que me arrebata.
Mis ojos que todo lo miraron con la sorpresa de la primera vez, siguen descubriendo la fugaz belleza de los instantes, ahora aumentada por estos lentes que no puedo dejar de llevar, porque todo entonces se me emborrona.
Mis ojos que todo lo miraron con la sorpresa de la primera vez, siguen descubriendo la fugaz belleza de los instantes, ahora aumentada por estos lentes que no puedo dejar de llevar, porque todo entonces se me emborrona.
No hay rincones oscuros en mi casa, solo los
recuerdos la habitan sirviéndome de compañía. Murieron mis amigos, mis amantes,
mi familia. Sin raices.
No me siento sola, me siento viva.
No me siento sola, me siento viva.
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