miércoles, 29 de febrero de 2012

ESTE JUEVES UN RELATO: El apego a un objeto.


Como cada mañana entre sus manos un libro, una libreta de notas y su lapicero. Hoy el día amaneció pleno. Un cielo azul intenso y un alegre sol  la saludaron cuando salió al jardín  dispuesta a realizar su paseo  matinal.
Caminó una hora exacta, ni un minuto más ni un minuto menos. Era mujer de costumbres y como de costumbre tras su caminata se sentó en el banco de madera,  el que hacía el número veintisiete contando desde donde comenzaba el paseo marítimo. Siempre el mismo, parecía reservado para ella, vacío, solo, esperando su llegada.
Se quito la chaqueta dejándola a un lado;  descalzó sus pies, sintiéndose cómoda, libre de ataduras. Abrió el libro y comenzó a leer.

De tanto en tanto su vista cansada le pedía reposo, entonces se perdía en el horizonte, en ese mar apacible que en suave susurro le acercaba las olas de espuma blanca, saltarinas y juguetonas.Una hoja doblada cuidadosamente cuatro veces, en un intento de retener las palabras escritas en ella, le servía de indicador: aquí justo aquí dejaste tu lectura.
Carol no solía guardar nada que imaginara innecesario mucho tiempo, a parte de sus libros pocas cosas le importaban tanto como para sentir apego por ellas. Limpiaba y tiraba, limpiaba o regalaba. Necesitaba ver los espacios abiertos como su corazón lo estaba, abierto a todo lo que la vida le regalaba. Pero esa hoja era algo especial. Jamás se desprendería de ella, siempre la tenía cerca. Antes  la leía cada noche, cada día, hasta memorizarla.  Ahora temía desdoblarla por miedo a que el papel se deshiciese entre sus manos, estaba amarillo y se había vuelto tan suave como la misma seda.
Lo abrió a pesar de todo, hoy lo abrió y las palabras escritas cobraron vida. Letra a letra llegaron hasta el centro de su corazón.

BELLA,
como en la piedra fresca
del manantial, el agua
abre un ancho relámpago de espuma,
así es la sonrisa en tu rostro,
bella.

Bella,
de finas manos y delgados pies
como un caballito de plata,
andando, flor del mundo,
así te veo,
bella.

Bella,
con un nido de cobre enmarañado
en tu cabeza, un nido
color de miel sombría
donde mi corazón arde y reposa,
bella.

Bella,
no te caben los ojos en la cara,
no te caben los ojos en la tierra.
Hay países, hay ríos
en tus ojos,
mi patria está en tus ojos,
yo camino por ellos,
ellos dan luz al mundo
por donde yo camino,
bella.

Bella,
tus senos son como dos panes hechos
de tierra cereal y luna de oro,
bella.

Bella,
tu cintura
la hizo mi brazo como un río cuando
pasó mil años por tu dulce cuerpo,
bella.

Bella,
no hay nada como tus caderas,
tal vez la tierra tiene
en algún sitio oculto
la curva y el aroma de tu cuerpo,
tal vez en algún sitio,
bella.

Bella, mi bella,
tu voz, tu piel, tus uñas
bella, mi bella,
tu ser, tu luz, tu sombra,
bella,
todo eso es mío, bella,
todo eso es mío, mía,
cuando andas o reposas,
cuando cantas o duermes,
cuando sufres o sueñas,
siempre,
cuando estás cerca o lejos,
siempre,
eres mía, mi bella,
siempre.

(Poema de  Neruda)
En letra pequeña él le  había escrito dos líneas, dos líneas que le cambiaron su vida: como verás no es mía pero mi tiempo me llevo encontrar las palabras exactas que te describiesen.
Te Amo, tu sabes que te Amo. 

Cuarenta años  hacía que guardaba este papel, hoy desgastado de tanto acariciarlo.
Pablo la encontró con los ojos cerrados, se sentó junto a ella y rozó su mano. Carol le miró y sonrió. No hicieron falta palabras para llenar los espacios, todos estaban habitados.

El abrió su cuaderno de pintura y comenzó a dar forma y vida a los trazos  seguros que sus manos iban marcando.
Carol feliz retomó su lectura, Pablo estaba junto a ella.


Algunos objetos más para sentir apego en casa de Sindel

sábado, 25 de febrero de 2012

Un minúsculo descanso.


Un poquito cansada, en busca de


Me alejo lo justo, voy hacia un hermoso lugar


Regresaré cargada de energía positiva y con nuevas ganas de


miércoles, 22 de febrero de 2012

ESTE JUEVES UN RELATO: Una experiencia inolvidable.



El móvil vibró marcando un zigzag sobre la mesa del escritorio. En la pantalla apareció un emoticono sonriente con un sombrerito de medio lado y una botella en la mano, debajo un Raúl“ “ya toi aquí”, Juan sonrió.
-Dime ¿que falta ahora?
-Tío, las birras, no te olvides de la birras, y que estén bien fresquitas, las últimas estaban como el caldo que hace mi abuela, y no llegues tarde o la timba la empezamos sin ti.
-Ok, dijo pulsando la techa  fin.
Los días dos de cada mes el grupo de amigos se reunían si o si, para jugar a las cartas mientras compartían confidencias. Ni una sola vez había faltado  a la cita mensual y es que esos momentos no había quien los igualara.
Fue puntual, a las nueve ya estaban los seis amigos alrededor de la mesa. Mientras repartían cartas entre risas, bromas  y mucho cuento chino, iban contando  cómo había sido su vida en este mes ya pasado, hablaban de los hijos, de política, de la puta crisis y como no de las mujeres. Este era su  tema preferido, sobre todo para Marcos, hoja afilada, no dejaba fleco despuntado, entre risotadas presumía de su última conquista, era el soltero del grupo.
-Joder tío, que envida me das, ya quisiera yo poder llevar una vida como la tuya, sexo, sexo, sexo, hoy aquí mañana allí.
-Siiiiii coreaban los demás. A mi parienta si no le duele la cabeza una noche, le duele dos, ¿Por qué hacen esto, para castigarnos?, total que se nos olvida recoger el piso y ¿eso es motivo para perderse los placeres del dulce panal de rica miel?
Juan escuchaba en silencio todas las bravo nadas de Marcos y las quejas del resto de amigos, por un instante su pensamiento se quedo enganchado en la imagen que llegaba hasta sus ojos.
Las voces se perdieron y Marian la dulce Marian se le apareció.
 Marian, repitió, un torbellino de  pura pasión pidiéndole más, entre envestida y envestida de las olas.  Le recibía entre trasparentes tules, dibujada en su rostro una sonrisa rojo pasión, lascivo preámbulo al torbellino de caricias en las que la noche se tornaba locura. Jamás imagino nada igual, la sentía vibrar entre sus brazos, incansable amazona cabalgando a lomos de una luna plena, tórridos murmullos, gemidos acompasados a la orilla de su oído.
No pares, le decía, la piel está hecha para ser acariciada, los labios para besarlos. Si te detienes el tiempo desaparece, yo desaparezco y la nada nos envuelve. Ámame hasta caer rendido en el abismo del bosque frondoso de la lujuria.
Ninguna mujer después de ella ha podido llenar su vacío. Conocerla, sentirla,  amarla fue una experiencia inolvidable, si, desde luego jamás olvidare algo así.
-Oye tío ¿Dónde estás hoy? Vamos despierta, jodeeeeer, así no hay quien juegue.
Por cierto ¿sabes algo de Marian?

M A R I A N.......

Para perderse en otras experiencias inolvidables visitar el rincón de Maru

lunes, 20 de febrero de 2012

El viaje.



 Sabía que había guardado la maleta en el último estante del pequeño armario que formaba parte de su inmaculada habitación. Por ello acercó hasta él una silla. Con cuidado apoyó un pie y luego otro, en un pesado equilibrio logró alcanzarla y la dejó sobre la cama. Comenzó a depositar en ella cuanto encontró en cajones  y estantes, abotonó y dobló las camisas por puro mecanismo como un autómata; lo había hecho durante tantos años que hoy sus manos obraban sin que su cabeza ordenara maniobra alguna. Cuando quiso cerrarla necesito de fuerza, tanta vida no cabía en ella. Fue entonces cuando reparó en que solo había puesto ropa; ni un libro, ni una fotografía, nada más que ropa. Buscó con la mirada, ¡qué extraño! pensó, la habitación había quedado desierta sin su sencillos ajuares, solo la poblaban los muebles. No entendía el porqué le embargaba  esa sensación punzante . Miró el reloj, se le hacía tarde, no quiso detenerse a desgranar esos sentimientos; ni los oscuros pensamientos que los acompañaban; no quería perder ni un segundo de su escaso tiempo.
Cruzo un pasillo largo, tan largo como su existencia en aquel lugar, ¿Cómo había llegado hasta allí? No era su hogar, él recordaba los olores de su casa, los colores que la vestían dibujando vidas llenas de alegría. Recordaba  rostros, las voces y risas; sí recordaba risas, pero ¿de quién? todo  lo sentía tan lejos ahora, tanto que el intento de recordar  le hacía daño.
 No, no voy a pensar, se dijo.
A cada lado de ese interminable pasillo unas puertas lo observaban; unas de otras se diferenciaban tan solo por una pequeña placa,  en la que había algo impreso, no sabía bien si era número o letra.
No se oía nada, ninguna voz salia a despedirle, a desearle un buen viaje, agradable y sin incidentes y eso que iba a ser largo, tan largo que  tal vez jamás regresara a ese extraño lugar.
Al cruzar la puerta principal una cálida brisa le acarició el rostro, respiró profundamente con la necesidad de llenarse de vida.
Todo su cuerpo se estremeció, ¡que agradable sensación! Esa cálida brisa, esos rayos de sol  bordeando cada poro de su piel marchita. Se sintió joven y vivo.  Dio un pequeño salto para alcanzar el verde césped y las dos escaleras que lo separaban de él. La maleta se le escapó de entre las manos y como confeti la ropa salió disparada de ella.
¡Valga me Dios! Que estropicio, con la hora que es y llegaré tarde; seguro que llegaré tarde y perderé el tren, el último tren. Se arrodillo y toda esa ropa perfectamente doblada quedó sin forma alguna, amontonada como sus recuerdos, una bola amorfa  llenando los espacios vacíos.
Se apresuro; no podía retrasarse más. Del jardín a la calle solo lo separaba una  gran reja que  le cortaba el paso. Solo traspasarla y sería libre. Comenzó a empujarla cada vez más fuerte, tanto que sintió un dolor tan agudo en sus manos que le hizo gritar con desesperación.
- Manuel, tranquilo, ven, le dijo una dulce voz. Ven, le repitió tomándole de las muñecas. Se dejo hacer. La mujer que le hablaba tiernamente acerco sus labios a las manos de Manuel y las besó.
- Ya está. Todo ha pasado. Ven y volvamos a casa.  ¿La recuerdas?
- Tengo que salir, he de viajar, el tren se irá sin mí.
- No, te esperará. Mañana seguirá en el mismo lugar y te esperará.
Pero Manuel sabía que perder esa oportunidad, significaba que jamás volvería a viajar, el último era este, el de hoy.
Al traspasar aquella puerta abierta para él todos sus recuerdos dejarían de existir, volvería a olvidar. Sus recuerdos se le escapaban  como el agua entre los dedos sin  poderlos retener
- Enfermera adminístrele un relajante, está muy inquieto. No sé cómo ha estado. Un descuido más y la despediré.
Sobre la valla de hierro, la que le separaba  del resto del mundo, podía leerse Centro Psiquiátrico Nuestra Señora de la Merced.  
De las puertas numeradas del uno al diez, unas voces cantarinas le gritaron.
- !Buen viaje, Manuel.!

Grupo de Narrativa "Café de Palabras"

domingo, 19 de febrero de 2012

El cumpleaños.

  
Cincuenta años, hoy, cumplía cincuenta años. Miraba con desespero el reloj, las horas se le hacían eternas, se sentía esclavo de la rutina monótona de un gris trabajo. El, que podía ser el dueño del mundo, estaba aquí, precisamente aquí. Los recuerdos se le agolpaban queriendo salir. Los sujetaba a base de apretar los dientes, era un maestro en este arte,  pero esta vez estaba claro que se le iban a instalar en el mismo centro de su alma, taladrándola sin que pudiera hacer nada.
Ella había dedicado toda su vida a él. Enviudo siendo muy joven, hubo de trabajar sin descanso para sacarlo adelante, sin familia, sin amigos, ella y su hijo, su hijo y ella. Lo mejor para mi niño, decía una y otra vez. El mejor colegio, la mejor universidad, la mejor mujer. Tan buena mujer buscaba que nunca acepto a ninguna. Nadie igualaba a mamá.
Después de toda una vida junto a ella, era el centro de su universo. Al concluir sus estudios cum laude, le invitaron a viajar al otro extremo del planeta, un puesto de gran relevancia, digno de su capacidad y preparación. El preguntó ¿podrá viajar conmigo mi madre? No, dijeron, solo usted.
No dudó, pero ahora después de tanto tiempo, demasiado, se siente ahogado, prisionero sin posibilidad de escapar. Tal vez pensó, la única salida sea esa muerte dulce de la que todos hablan, pero no, ¡que absurda ocurrencia!, tengo que ocuparme de ella, ¿Quién la cuidaría?
Volvió a mirar el reloj.
Ya falta menos, ahora estará en casa preparando la fiesta sorpresa. ¿Fiesta?, ¿que clase de fiesta es esa?, ella y yo, yo y ella. ¡Sorpresa!, durante cuarenta y nueve años he representado el papel de sorprendido, hoy  no será la excepción, hoy será la representación número cincuenta.
Pero no, no me quejare, lo ha dado todo por mí, y ahora me necesita, no sabría hacer nada sin mí.  Ella y yo, yo y ella.
¡Ya es la hora! , por fin.
Ordenó la mesa, las carpetas verdes a la derecha, sobre ellas las blancas, sobre ellas las azules. En la batea, el correo que llegó a última hora preparado para su reparto. Lapiceros al cajón. Todo alineado, perfecto.
Empujo el sillón dejándolo encajado en la mesa. Del armario tomo su abrigo, hoy hacía un frío polar  el que cala hasta los huesos, lo abotonó hasta el cuello. De los bolsillos saco la bufanda y los guantes. Los miró y le parecieron feos, rematadamente feos, aun así se enfundo en ellos, era el último regalo de mamá.
Anduvo cabizbajo, el viento gélido penetraba incluso en sus pensamientos, volviéndolos aun más triste y negros. Al pasar frente al café que bordeaba la esquina de su edificio se detuvo un instante y la vio tras la caja registradora, María, la bella María. Que dulce mujer, siempre le sonreía, como ahora.
 María agita su mano invitándole a entrar, le sonríe y sus ojos se iluminan, el mueve su cabeza de lado a lado diciendo, no, y continua a paso ligero. Siente que su corazón palpita enfadado, ¡como le gustaría sentirla cerca! María, deletrea en silencio.
Al llegar a casa le sorprende que todo este en tenue penumbra, no se escucha más que la nada.
!Madre!, la llama, nadie responde
!Madre! repite, dirigiendo sus pasos de habitación en habitación.
El cuarto de Eloísa está abierto, entra, no comprende el sentido de ese desorden, vestidos,  camisas, suéter, todo está tirado en el suelo.  Lo recoge ¿que ha podido pasar?, se inquieta. De una ojeada recorre la habitación, en un rincón cerca de la cabecera de la cama asoma un sobre abierto ¿y esto? Curioso extrae el papel que hay dentro, es una carta. Una carta dirigida a su madre de un tal Ezequiel.
A medida que sus ojos leen lo que hay escrito, la rabia le nace desde lo más profundo de su ser.
Frase a frase le revela una ardiente pasión, detalla un paseo cálido y húmedo por el cuerpo aprendido por los años. Un amor oculto, gemidos contenidos y maquillados sobre una máscara de falso pudor.
La ira inunda sus ojos, tanto perdido en el camino, para esto, cuanta mentira en su boca al cantarte tú y yo, yo y tú.
Se dejo caer en el sillón de ella, el sillón que la abraza cada día, amoldado al contorno de su cuerpo, al hacerlo su olor le hiere.
Cuando la noche daba paso a un nuevo día, Eloísa regreso envuelta en felicidad, lo había decidido, si le diría que ya era hora de que volara solo, de que se marchara de casa. Buscara amigos, amigas, una mujer, le pediría que se independizara, ella necesitaba vivir, necesitaba mostrar al mundo su amor, no había nada ni nadie que se lo impidiera ya muerta Jacinta, la mujer de Ezequiel, eran libres, por fin eran libres.
Al entrar en casa fue directa a la habitación de Tomás, lo encontró dormido. Tranquila se fue también ella a descansar, había sido un día muy largo. Mañana hablaría con su hijo.
Bien entrada la mañana, la encontró Marisa, la asistenta, fue a llamarla,  al ver que no respondía la movió, un grito sobre salto a los vecinos. Eloísa estaba muerta.
LA MUERTE DULCE había entrado en la casa, decían unos y otros.
Llegaron los exterminadores.
Cuando llega a un lugar deja rastro, se decían asustados los vecinos.
¡Pobre Eloísa!, fue enterrada sola, de su hijo nadie sabía nada.


Si quereis leer más sobre esta iniciativa de José Vicente en relación con la Muerte Dulce, daos una vueltecita por su blog

miércoles, 15 de febrero de 2012

ESTE JUEVES UN RELATO: Yo tengo un sueño.

Sueños, siempre los mismos sueños, sueños recurrentes, sueños sin ojos dormidos. Mis sueños son de albores, no de noches sin estrellas.
No quiero dormir porque se esconden, se me escurren calle abajo, perdiéndose entre la tela de araña que sin control tejen los mundos del otro lado.
Me preguntas cual es mi sueño, desde que el recuerdo se instalo en mí, siempre desee vivir otras vidas dibujadas e inventadas.
Creo que  aún no había cumplido cuatro años cuando mis juegos no eran los juegos de todas las niñas, yo no quería muñecas para peinar ni vestir, no quise esas torres de colores que simulaban modernas cocinas con menaje incluido. Yo pedía unos patines e imitaba  las piruetas de los patinadores que veía en la pantalla de televisión, pájaros voladores deslizándose sobre una capa pulida de hielo.
 Recuerdo un regalo especialmente mágico, fue un comediscos,  si un comediscos, era una especie de sandwichera de color rojo, le acercabas un disco de vinilo y lo tragaba, luego la música envolvía cada rincón de mi  infantil imaginación. Yo micrófono improvisado en mano,  bien utilizaba un lápiz, un bolígrafo o la cuchara de palo con la que removía mi madre el puchero, imitaba la voz del cantante de moda.
No había actividad artística en la que no estuviese presente. Primero fue la rondalla, aprendí a tocar la bandurria, pero no terminaba de ser mi lugar, no me hallaba entre cuerdas y notas pentagramadas.
 Hice mis pinitos en un teatro de guiñol, eso ya era otra cosa, con mi voz daba vida a unos muñecos de cartón preciosamente maquillados. Este fue el trampolín que me catapulto hasta el teatro real, aunque antes pasé de puntillas por múltiples clases de baile que me enseñaron a desplegar mis alas e intentar volar.
Por entonces  ya contaba con los años suficientes como para saber que realmente representar mil historias, vivir mil vidas era apasionante, tanto como soñarlo día y noche.
En el tablón de anuncios del instituto, cursaba el último año de bachillerato, se invitaba a todo el que estuviera interesado a participar en una audición, se iba a representar la Celestina, de Fernando de Rojas. No lo pensé dos veces y allí me presente,  al final de la tarde solo quedaba una chica y yo, ella daba el perfil,  físicamente era la Celestina, yo pequeñita con suave gesto y dulce voz, era imposible que se fijase en una chica tan menuda el director del casting, al llegar mi  turno me entrego el libreto, comienza el dialogo me dijo.
De dónde salió esa nueva mujer, ni yo misma  aún hoy lo sé, pero fui la Celestina
El día del estreno entre bambalinas se respiraba el miedo  y mucha, mucha ilusión entretejida en felicidad, nos vestía la piel. Yo estaba en mi mundo, el que siempre había soñado y el que siempre soñaré.
Jamás dije nada en casa ¿Cómo decirles a unos padres que no permitían que mis pasos caminasen más que la distancia que sus ojos alcanzaban ver, que quería estudiar arte dramático y ser actriz? Era hablar con  paredes de frío mármol. Un camino imposible de caminar.
Esa Celestina fue mi primera y última representación pero siempre, siempre soñé y soñare con ser artista.

Cantidad de sueños maravillosos en casa de Pepe

lunes, 13 de febrero de 2012

Campo de amapolas.




Hoy cerraré mis ojos a las sombras del camino
El sonido de las voces  enmudecerá
Solo el silencio vestirá mi cuerpo
Cubriéndolo de escarcha plateada

Y así caminare
Entre los campos de amapolas de tus labios
Con mis manos abiertas y extendidas
Esperando  la llegada 
De las palabras ocultas en tus bolsillos.

Recorreré el sendero  afable de tu cuerpo
Desenterrando las huellas de los te quieros
Que acallen los gritos de mi alma
Asediada  en  este limbo de rutinas
 
Entre  tus brazos
Calmaré el frío de los días sin sentido
De las noches perdida
Entre los  ángulos  afilados de la luna
Gélida sombra que me asedia en esta lucha desmedida.

Adormecida me arrastrará el torrente
De amor que me regalas cada día
Manantial cristalino que  mi sed calma
Aire que mi boca exhala.

Festoneas de amor cada pliegue de esta piel aprendida
Cada recodo lo dibujas de caricias renovadas
 Y yo me abandono
Como arcilla que moldeas entre tus manos.

jueves, 9 de febrero de 2012

ESTE JUEVES UN RETRATO: El arte de observar.

Imagen cedida por ElSilencio en Deviantart



Como cada tarde Ezequiel fue el último en abandonar el edificio, sus compañeros hacia ya unas horas que se habían despedido de él, pero a Ezequiel siempre le quedaba una última tarea por  terminar, de ahí que burlonamente le llamaran Termineitor.
A las ocho de la tarde dio por concluida su jornada y con dos vueltas de llave cerró la puerta.  Al salir  un griterío llamó su atención, se giro para ver bien lo que en  la  acera de enfrente ocurría, una  aglomeración de personas  se agrupaban en torno a la entrada de un edificio recién inaugurado,  alteradas discutían, desde donde se encontraba no alcanzaba a escuchar los motivos de esa acalorada discusión.
Dos policías se acercaron parsimoniosamente hasta ellos.
-A ver señores no se puede invadir una zona de paso, vamos circulen, vayan circulando. Dijo uno de ellos en tono de mando.
Pero nadie se movió ni un solo milímetro del espacio que ocupaba.
Los dos policías reiteraron la petición sin conseguir nada, el más joven sacó un silbato y lo colocó entre sus labios haciéndolo sonar con furia.
Piiiiiii, Piiiiiiii.
Haciendo oídos sordos todos continuaron donde estaban.
-Hay que guardar un orden, dijo el sargento. Colóquense uno tras otro, formen una fila.
Se miraron entre sí y una interrogación se leyó en sus ojos, resignados se alinearon. Un , dos, tres...., cara, espalda, espalda,  cara,  la fila estaba formada, dando la vuelta a  la manzana.
Ezequiel sintió  curiosidad, quiso saber que era lo que todas esas personas esperaban ver en ese edificio. Cruzó la calle con la clara intención de averiguarlo.
Preguntó a unos y otros, nadie supo darle una respuesta concreta, hablaban de una ventana, de paisajes nunca vistos, de un experimento, de una campaña publicitaria, un anuncio tal vez. Tantas respuestas como personas había. Así que intrigado preguntó
-¿Quién da la vez? Y se colocó detrás.
 Junto a él pasó la chica que recién descendió por esa montaña de escaleras.
-Perdone ¿que vio?
-La luz, vi la luz.
-¿ Luz? Ezequiel se desmoronó. Dio media vuelta y se marchó.




Otra visiones más certeras en casa de Matices

sábado, 4 de febrero de 2012

00:00



En este preciso momento, ahora, en este instante en el que la noche despierta hasta llegar la aurora, es cuando nacen las horas brujas.
Horas de confidencias, horas en las que se abre el cofre de los secretos, de las sorpresas.
Horas de embriagadores susurros, cálido aliento, dulce cobijo.
Horas en las que se encuentran los amantes recorriéndose, regalándose.
La vida al descubierto.
Sobre la mesa todas las cartas, sin máscaras,sin maquillajes.
Horas para acariciar la luna con las yemas de los dedos,
horas para adornar el pelo con la luz de las estrellas.
Dejarse llevar, cerrar los ojos y amar.

jueves, 2 de febrero de 2012

ESTE JUEVES UN RELATO: Refranes


No hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista. Así era, pensó  Paco, no hay mal que cien años dure, porque lo suyo ya había durado demasiado. Aguantar a la Rosario había llegado a ser un calvario.
El,  hombre callado, tranquilo, respetuoso, educado. Ella puro nervio, chillona, vulgar, ordinaria, guapa sí , a rabiar, pero solo eso tenia de bueno. No dejaba títere en pie, pero bien que se guardaba los golpes la muy resabiá.
Al principio la cruz era llevadera, pero cuando los chavales llegaron….. Paco levanta que el niño llora, le daba un codazo en el mismo costado, el levantaba parsimonioso, ella media vuelta y  a seguir roncando, que eso era otra !como roncaba la jodía! Paco que el niño se ha caído, Paco que hay que llevarlo al médico, Paco que le acompañes al colegio, que la reunión de padres, que, que, que, que….
Luego fue la madre ¡pobre mujer, que Dios la tenga en su santa gloria!, pero ¿cómo pudo engendrar  algo así? Que no era ella  la que me sacaba de mis casillas, no,  que  era la Rosario, bien lo sabe Dios.
-Paco hay que llevar a mi madre a la peluquería, acércala tú en el coche, Paco baja al super y le haces la compra, Paco ve a su casa y dale una vueltecilla al piso, que la mujer no puede pagar a una asistenta.
Y así un año y otro, así veintitrés años, dos meses y catorce días.
Pero el que la hace la paga a cada chancho le llega su San Martín. A la Rosario le llegó.
-Oye Rosario, le dijo un día, ¿Tu que harías si te tocara la lotería?
-¿Yo? Lo primero divorciarme  de un ser tan sin sustancia como tú, luego me iría de pachanga con el entrenador cachas de mi gimnasio. Y lo dijo así, de tirón, soltando una sonora y ordinaria carcajada.
-Pues muy bien querida, aquí tienes el billete premiado, aquí tus maletas y hasta más ver, le dijo abriendo las puertas de la casa invitándola a salir con un suave empujoncito.
Dio un portazo y si te vi no me acuerdo.
Ya conocen ustedes aquel dicho: Más vale feo remiendo que bonito agujero.

 Muchos y variados refranes en casa de HEL-LENIKÓ

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