Sabía que había guardado la maleta en el último estante del pequeño armario que formaba parte de su inmaculada habitación. Por ello acercó hasta él una silla. Con cuidado apoyó un pie y luego otro, en un pesado equilibrio logró alcanzarla y la dejó sobre la cama. Comenzó a depositar en ella cuanto encontró en cajones y estantes, abotonó y dobló las camisas por puro mecanismo como un autómata; lo había hecho durante tantos años que hoy sus manos obraban sin que su cabeza ordenara maniobra alguna. Cuando quiso cerrarla necesito de fuerza, tanta vida no cabía en ella. Fue entonces cuando reparó en que solo había puesto ropa; ni un libro, ni una fotografía, nada más que ropa. Buscó con la mirada, ¡qué extraño! pensó, la habitación había quedado desierta sin su sencillos ajuares, solo la poblaban los muebles. No entendía el porqué le embargaba esa sensación punzante . Miró el reloj, se le hacía tarde, no quiso detenerse a desgranar esos sentimientos; ni los oscuros pensamientos que los acompañaban; no quería perder ni un segundo de su escaso tiempo.
Cruzo un pasillo largo, tan largo como su existencia en aquel lugar, ¿Cómo había llegado hasta allí? No era su hogar, él recordaba los olores de su casa, los colores que la vestían dibujando vidas llenas de alegría. Recordaba rostros, las voces y risas; sí recordaba risas, pero ¿de quién? todo lo sentía tan lejos ahora, tanto que el intento de recordar le hacía daño.
No, no voy a pensar, se dijo.
A cada lado de ese interminable pasillo unas puertas lo observaban; unas de otras se diferenciaban tan solo por una pequeña placa, en la que había algo impreso, no sabía bien si era número o letra.
No se oía nada, ninguna voz salia a despedirle, a desearle un buen viaje, agradable y sin incidentes y eso que iba a ser largo, tan largo que tal vez jamás regresara a ese extraño lugar.
Al cruzar la puerta principal una cálida brisa le acarició el rostro, respiró profundamente con la necesidad de llenarse de vida.
Todo su cuerpo se estremeció, ¡que agradable sensación! Esa cálida brisa, esos rayos de sol bordeando cada poro de su piel marchita. Se sintió joven y vivo. Dio un pequeño salto para alcanzar el verde césped y las dos escaleras que lo separaban de él. La maleta se le escapó de entre las manos y como confeti la ropa salió disparada de ella.
¡Valga me Dios! Que estropicio, con la hora que es y llegaré tarde; seguro que llegaré tarde y perderé el tren, el último tren. Se arrodillo y toda esa ropa perfectamente doblada quedó sin forma alguna, amontonada como sus recuerdos, una bola amorfa llenando los espacios vacíos.
Se apresuro; no podía retrasarse más. Del jardín a la calle solo lo separaba una gran reja que le cortaba el paso. Solo traspasarla y sería libre. Comenzó a empujarla cada vez más fuerte, tanto que sintió un dolor tan agudo en sus manos que le hizo gritar con desesperación.
- Manuel, tranquilo, ven, le dijo una dulce voz. Ven, le repitió tomándole de las muñecas. Se dejo hacer. La mujer que le hablaba tiernamente acerco sus labios a las manos de Manuel y las besó.
- Ya está. Todo ha pasado. Ven y volvamos a casa. ¿La recuerdas?
- Tengo que salir, he de viajar, el tren se irá sin mí.
- No, te esperará. Mañana seguirá en el mismo lugar y te esperará.
Pero Manuel sabía que perder esa oportunidad, significaba que jamás volvería a viajar, el último era este, el de hoy.
Al traspasar aquella puerta abierta para él todos sus recuerdos dejarían de existir, volvería a olvidar. Sus recuerdos se le escapaban como el agua entre los dedos sin poderlos retener
- Enfermera adminístrele un relajante, está muy inquieto. No sé cómo ha estado. Un descuido más y la despediré.
Sobre la valla de hierro, la que le separaba del resto del mundo, podía leerse Centro Psiquiátrico Nuestra Señora de la Merced.
De las puertas numeradas del uno al diez, unas voces cantarinas le gritaron.
- !Buen viaje, Manuel.!
Grupo de Narrativa "Café de Palabras"
Vale, vale, estas que te sales, San....
ResponderEliminar3/4 partes del relato barajando posibles sitios a los que te refieres, casa, hotel, hospital... y mira por donde, Psiquitrico.
uy grafica esa dramatización del que pierde el sentido de la realidad.
Un beso
nunca sabremos si los locos son los de dentro o los defuera
ResponderEliminarCaray... me he sorprendido leyendo el relato de una forma muy rápida; " in creccendo"... como dice Manuel, un montón de posibilidades pasaban por mi cabeza... Tenía muchas posibilidades la cárcel, pero no ha sido así. El Psiquiátrico.
ResponderEliminarEn realidad el protagonista vivía en su propia cárcel...
Precioso, querida amiga. Como siempre.
Un besito
este relato tuyo nos extremeció a todo en el último encuentro con los compañeros del taller de narrativa, al menos yo no me esperaba ese final.
ResponderEliminarEs cierto lo que dice Mariajesús, creo que aquí fuera estamos como una cabra empezando por el Gobierno al que se la ido del todo la pinza.
Besicos.
El no es consciente, pero el tren hace mucho tiempo que lo perdió, tras las paredes y la cancela que lo encierra y lo aisla.
ResponderEliminarPrecisa radiografía de las luces y sombras de la locura.
Un abrazo.
Que bien lo has escrito, de olvidos y olvidados. La mente humana es asombrosa hasta para cuando ya no puede recordar...
ResponderEliminarUn abrazo San
Iba leyendo con prisa desaba llegar al final y luego me he quedado desfondada
ResponderEliminarMe parece que una de las peores cosas que te puede pasar es perder la razón.
Buen relato
Impresionante relato San, se me fue poniendo la piel de gallina y deja un sabor amargo y da mucho que pensar en cuánto tenemos y que fácil es perder lo más querido que habita dentro de nosotros.
ResponderEliminarBuen trabajo.
Un abrazo.
qué solos se quedan las personas que pierden sus recuerdos, su equipaje, sus fotografías. Cuando falla la CPU de nuestro cuerpo, qué queda de humano ? sólo el aspecto. Para el observador el respeto de un ser que
ResponderEliminarfue, que sintió , pero para quién entra en el tunel...?
Me ha impactado una vez más tu relato
Muy bueno... te mando mail.
ResponderEliminarBeso.
¿Será por bien que los "cuerdos" de afuera mantenemos encerrados a los "locos" de adentro?..o será más bien por miedo a su libertad interior que les tememos y los damos por enfermos y los aislamos?
ResponderEliminarMuy buen relato.
Un abrazo y aprovecho para felicitarte por el estupendo reportaje que te han hecho en el Daily!
San es genial, que relato tan bueno, me preguntaba en donde estaba, y el final me impresionó y me conmovió mucho. ¿Sabes? desde muy pequeña le tengo pánico a los siquiátricos, los veo como cárceles donde te roban no solo la libertad, también los recuerdos con esas curas se sueño, me dan un miedo terrible. Tu cuento es genial, te puedes sentir muy orgullosa. Besitos.
ResponderEliminarSe me había pasado viajar hasta aquí, ayyy, es que yo le tengo mucho respeto a los psiquiatricos, de verdad, es un miedo irracional, ya sé, ves? lo mismo eso de la irracionalidad ya es un paso para hacer ese viaje :( que nooooooooo.
ResponderEliminarYa sabes que me gustó mucho tu relato, con este final tan inesperado.
Un besito.
excelente. Adoré el ritmo las pausas, y lo circular de tu narración.
ResponderEliminarSe me queda el corazón como un guisante :( ¡qué tristeza!
ResponderEliminarmagnífica construcción San, magnífica
abrazos para ti