Sonrisa Sobre Estiletes Rojos
Cuando Alicia
llegaba lo inundaba todo con su presencia. Su olor la precedía, el sonido de
sus zapatos de tacón con un repiqueteo acompasado, hacían que girases la cabeza
para mirarla. La sala parecía iluminarse con su sonrisa.
Yo la observaba
maravillada. ¿Cómo era posible que estuviese perfecta todas las horas del día?
me preguntaba una y otra vez. Ni un mechoncito de su rubio cabello se
desordenaba, y si lo hacía, ella con un gesto de despreocupación, lo regresaba a su
lugar. Preciosa, la veía preciosa, pero
claro, me decía intentando a callar la envidia que sentía hacia ella ¿cómo no
estarlo? Su vida era perfecta; socia de un prestigioso bufete de abogados y
casada con uno de los ejecutivos de la empresa más importante de sector
automovilístico. Tenía dos hijos,
pero ¿y qué? Con el dinero que entraba
en esa casa, tendría servicio, seguro.
Yo una simple
secretaria, no podía compararme jamás con ella. A las ocho me levantaba y a
toda prisa una ducha y un café, los
vaqueros y una camiseta, el pelo recogido en un especie de aro; la rebeldía de
mis rizos no quería someterse, así que siempre algún que otro tirabuzón
quedaba fuera. Ella llegaba en su
deportivo, yo envuelta en traqueteos y empujones en un metro donde hasta
respirar, se hacía insoportable.
–Marian– me decía alegre cada mañana, ¿nos tomamos un
café? Yo entraba en su despacho con una bandejita y dos tazas humeantes. Para
ella negro y poco azucarado. Para mi largo de leche, con tres cucharadas
colmadas de azúcar. Y tras preguntarme como me encontraba, comenzábamos a
revisar la agenda del día.
Hoy cuando llegué
con los cafés, la vi tumbada en el sofá de piel blanca que decoraba la
estancia. Dormida, estaba dormida. Me quedé mirándola, se veía tan indefensa,
tan frágil... En una esquina había
dejado sus zapatos. Unos maravillosos zapatos de tacón de un rojo brillante.
Sentí un deseo irrefrenable de calzarlos. La volví a mirar, su sueño parecía
tan profundo… despacio muy despacio me quité mis deportivos y me calce sus estiletes.
Todo ocurrió muy
deprisa, de repente me vi ayudando a dos niños deseosos de caricias y palabras
de mamá, a hacer sus deberes. Les preparé el baño, les hice su cena preferida,
les leí un cuento y los arropé llenándoles de besos. Luego recogí todo lo que
sus juegos dejaron desparramado por el piso. Trabajé unas horas, esperando la
llegada de Lucas, pero Lucas no llegó. Mal dormí otra noche más. Sin el calor
de su cuerpo ¡la noche se hacía tan larga! … ¿Dónde estará esta vez? me
pregunté, mientras mis ojos se negaban al sueño que me vencía.
El sonido de una
música suave y envolvente me despertó, miré el reloj ¡señor! son las seis de la
mañana, no puede ser, solo han pasado cuatro o cinco horas, desde que me dejé
caer en estas sábanas de seda. La música a medida que el tiempo avanzaba iba
subiendo de volumen, me desperecé.
Preparé meticulosamente la ropa con la que me iba a vestir. Ordené la
habitación, no me gustaba que nadie entrara en mi espacio, un espacio íntimo,
privado. Fui hacia la habitación de los niños. –Vamos es hora de levantarse,
les dije como cantándoles. Cuando salieron de casa. Me miré en el espejo del
baño, el reflejo de mi rostro era desolador. ¿Cómo arreglar la falta de
descanso? ¿Cómo borrar tanto desamor? ¿Cómo eliminar tanta soledad? Maquillaje,
anti ojeras, iluminador…. Así, esto ya es otra cosa. La vida dibujada con los colores del arco
iris se ve mejor, mucho mejor. Entré con paso firme. Me oí decir: Buenos días
Marian….
De un salto salí
de sus zapatos rojos charol. Ella no se
había movido, seguía allí tumbada, tan indefensa, tan bella, tan sola...
Otras formas de calzarse los zapatos en casa de ...GASTÓN