LA VISITA
La noche
presentaba sus credenciales. De nuevo el calor se iba a dejar caer sobre
nuestros cuerpos cansados. Dentelladas de cruel insomnio agarradas a nuestras
sienes. Sí, así iba a ser de nuevo la noche.
Ni la larga ducha de agua helada, calmaba la ansiedad de lo porvenir.
Sobre las sabanas de algodón intentaba llamar al sueño. A gritos me dije, igual
a gritos me oye. Pero no, no grité, sino que guarde más silencio aún.
El
ascensor crujió al detenerse en el piso
quinto. Yo vivo en el quinto. Me levanté y de puntillas me acerque hasta la
puerta de entrada. Muy despacio empuje la mirilla para poder ver quien salía de él. ¡Señor! el vecino con una
imponente rubia, ¡Y qué guapa! con lo feo que es el pobre. Bueno feo y soso,
porque mira que es soso.
Meloso la
coge por la cintura.
Pues si la
agarra así, es porque confianza hay, que si no …
Corro hacia
la cocina, de la repisa cojo un vaso de
boca ancha, dicen que es el mejor para escuchar. Lo pego a la pared, mi oído
queda justo en la base del cristal. Mmmm no se oye nada. Sí, sí, ahora sí.
-Cariño, como
he deseado venir aquí. Pensé que jamás me lo pedirías.
Nada, ya no
se oye nada. Por más que pego el oído al vaso solo consigo que este me duela de
tanta presión. Mejor regreso a la cama.
Una vuelta,
dos, tres y el sueño perdido. Mis pensamientos no cesan de volar hacia el piso
de al lado! Una rubia! pero si todos pensaban que a D. Roberto las mujeres no…
¡Y qué rubia!
La puerta
del quinto C, se abre. De un salto me planto frente a la mirilla.
D. Roberto,
susurrante, despide a su visita. Atónita, descubro que la imponente chica lleva
en la mano ¡la peluca rubio platino!...
-Hasta otro
día Carlos, la despide D. Roberto.
Muerta, me
quedo muerta.
!Será por gatos curiosos!muchos más en casa de
Teresa