EL CICLO DE LA VIDA
El
viento apenas corría por las laderas en el amanecer de mi iniciación. El aire
se me antojaba pesado, un muro infranqueable, pero aún así extendí las alas y
volé. Una bandada de golondrinas me saludó con su ensordecedor canto, rompiendo
el silencio cerrado del alba. El sol alegró el día, sus rayos penetraban a
través de mis plumas, como una cálida caricia. A medida que el miedo se
desprendía de mi, la velocidad crecía de forma envidiable. Dejé atrás el nido
en el que me había sentido protegida, el bosque y la ladera. Libre planeé sobre
las montañas, aún moteadas de un blanco cegador, las bordeé una y otra vez. A
lo lejos vi animales y sentí un irresistible deseo de caer en picado sobre
ellos, la fuerza de la naturaleza me poseyó y eufórica me dejé llevar.
Para seguir volando, visitamos la casa de Alberto V.