Dos por uno
En cuanto llegara al hospital le contaría todo, se dijo
Cándido infundiéndose ánimos. Seguro que Virtudes, su Virtudes, lo entendería,
total eran cosas de familia. El especialista le explicó ante su incertidumbre,
que era más que probable que su hijo naciera con ese gen. La ley de la
genética, sentenció, y su tatarabuela lo portaba…
El parto se adelantó un par de semanas, ante tal
imprevisto sin espera, tomó un taxi y llegó sola a la maternidad. Durante el
trayecto un único pensamiento le acompañaba. Tenía que haber hablado con
Cándido –se repetía Virtudes entre contracción y contracción–. Total solo fue
un desliz sin importancia, no creo que la suerte venga de espaldas…, pero ya no
había vuelta atrás. Inspiró con fuerza y empujando, dejó salir la nueva vida
que hasta ese momento había latido dentro de ella. Por la cara de los que estaban
allí, supo que sus sospechas se materializaron: el bebé era negro, como la
noche negra en la que se dejó vencer por un instante de locura, en la despedida
de soltera de su amiga Lola.
Cándido compungido entró en la sala de recuperación. Sin
espera abrazó a su esposa mientras acelerando las palabras, desahogaba su
corazón. –Tenía que habértelo contado antes de…, la tatarabuela era negra,
igual el bebé… balbuceó conteniendo unas lágrimas rebeldes.
Su comprensiva esposa suspiró dejándose abrazar, mientras
una sonrisilla sibilina en recuerdo del boy
color chocolate, se dibujaba a escondidas en su mente. Con palabras calmas
consoló a su marido.
– ¡Ay amor!, yo casi caigo muerta al ver el color de
nuestro hijo, y resulta que ha heredado el gen de la tatarabuela… Nada, no pasa
nada.
Más deseos y más oscuros en casa de CHARO