Llevo días de salud perjudicada, tanto que al final decidí gustosamente (es un decir) visitar a nuestro médico de familia, éste gentilmente (también es un decir) me recomendó pasar por radiología y que sacaran una radiografía a mi espalda y a mi cadera, yo incrédula total pienso que no servirá de nada, pero obediente accedí.
Cuatro semanas más tarde (las listas de espera son largas) me hallaba sentada en el fría sala de espera, como el tiempo se me hace eterno lo amenizo con la lectura de mi última adquisición, “Los enamoramientos” de Javier Marías, entre paso de página y página advertí que una señora me miraba, mejor, no apartaba su mirada de mi cara. Algo violenta me comencé a sentir, para relajar tensión sonreí, un recurso sencillo que siempre da buenos resultados. Ya, ya…
Rosario del Rosal que así me dijo que se llamaba, cambio de asiento y en el que había libre junto al mío se vino a sentar.
-Perdone que le moleste, pero ¿a usted le importo yo?
La mire asombrada, ¡Qué pregunta! ¿Qué respondo?
-Verá no la conozco, no sé muy bien que decir, me importa en tanto en cuanto está usted aquí sentada junto a mi haciéndome una extraña pregunta.
-Veras guapa te cuento, resulta que yo cuando le importo a una persona, termino sufriendo, y como estoy viviendo un momento infernal, he decidido contárselo más que nada por desahogarme, a la primera persona que me sonría, signo de amabilidad y cortesía, pero que no le importe un carajo.
La miraba estupefacta, no me podía estar pasando esto, yo solo había sonreído… Cierto que en las salas de espera de un hospital, es preferible mirar siempre al suelo, si no quieres ser el confesor de aquel que padece la extraña enfermedad de vomitar palabras. Sienten una necesidad imperiosa de compartir cada nimio detalle del calvario de pruebas médicas, diagnósticos acertados o no, medicamentos administrados etc, etc, y tu paciente receptor de tanto trajín asientes percibiendo cada síntoma en tu mismo cuerpo, ¡Dios quiero salir de aquí!! Pero no, no te escucha, Dios se encuentra resolviendo asuntos mucho más importantes. Tú estás ahí para escucharles a ellos.
Y comienzan a hablar y hablar, usan términos médicos, que una se pregunta ¿cómo pueden recordar tanto nombre raro?, porque si era eso lo que buscaban en sus vidas ¿por qué no estudiaron medicina? Así, sin más presentación, confraternizan con una servidora y le cuentan media vida, pero con pelos y señales, nada de escatimar detalles, y algunos bastante grotescos.
De tanto en tanto y entre frase y frase un fracasado intento de meter una cuñita como:
-perdone pero tengo que llamar por teléfono,
- ¿no puede esperar a que termine? Es que luego no me acuerdo por donde iba.
¡Anda queeeee! Miro de reojo el reloj, y rezo para que la enfermera en su próxima salida grite mi nombre ¡San, pasa a la sala 1!.
Siento remordimientos, esta educación forjada a fuego….. ya me vale, ya, La pobre señora me mira con ojos cuajaditos de gotitas de lluvia, y yo que soy muy sentía, le acerco un clínex
-Vamos, mujer verá que no va a ser nada. Lo que le pasó a su vecina Juana no tiene porque pasarle a usted, ande no se asuste, que sí, que yo entro con usted para que no se sienta sola.
Sale la enfermera: Rosario del Rosal sala 5.
Se agarra de mi brazo, ¡como tira la condená!.
-¿Es usted familiar? Con cara de malas pulgas me pregunta una enorme enfermera.
- Si señorita es mi hermana la Luisa, contesta rápida y certera Rosario del Rosal.
¡ Ya me da la risa! y las dos pasamos a consulta.
Terminado todo el proceso, Rosario quiere invitarme a desayunar,
-Rosario te lo gradezco, pero ahora me llamarán a mí. Anda vete tranquila que otra vez será. Con dos besos en la mejilla se despide y un gracias guapa.
La veo alejarse entre las gentes y pienso: que solos viven los que viven solos. Y esas gotas de lluvia contenidas en los ojos de Rosario del Rosal, se vienen a desbordar en los míos.