Mi madre era de cristal y roca, de fuego y
agua, de montañas y llanos. Mi madre era de miel y limón, de risas y lágrimas.
Mi madre era mujer y niña, un alma inocente que albergaba tanto amor que se le
escapaba por entre las ramas de sus brazos. Mi madre era palabra y silencios;
ocultos secretos en un corazón donde no existían esquinas para jugar al escondite, un espíritu blanco y puro
de dentro a fuera. Mi madre era humildad y empaque, fantasía y certeza. Generosa
y solícita, sus palabras, rumor de olas marinas, eran bálsamo para las almas
errantes que llegaban a ella en busca del sonido de sus nanas en las noches
oscuras. Pero mi madre era sobre todo, mi Madre.
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