Siempre me
tuve por un hombre seguro. Desde pequeño sabía qué pasos dar hasta conseguir la
meta establecida. Ese punto exacto que uno se fija y que cuando lo tocan tus
manos, sientes que el esfuerzo invertido bien mereció la pena. Un luchador
incansable, así era y así viví durante muchos años, sabiéndome en el camino
justo, hasta que te encontré.
Aquella
mañana, al regreso de mis vacaciones, te vi sentada en la mesa del fondo,
junto al despacho del director. –Es su nueva secretaria, me dijeron. Tú, rodeada
de algunos hombres, hablabas bulliciosamente. No advertiste mi presencia,
estabas tan ocupada en contar cada detalle, de ese curso de macramé que habías
comenzado… todas las miradas estaban fijas en ti. Embobados, reían inocentes
tus palabras y como moscas iban cayendo uno a uno, en la miel que de tu boca
manaba.
Desde aquel
día, me poseyó la vocación de amarte y oposité sin descanso, quise ser el
primero entre mis rivales, llegar a ti y hacerte mía. Tú, juez implacable,
segaste de raíz uno a uno nuestros empeños. Derrotado me alejé.
El número
uno lo conquistó la soledad más absoluta ¿hoy me lloras? Y es que querida mía,
no hay candidato perfecto, porque en este mundo, la perfección no existe.
La urnas para votar al candidato o candidata en casa de Gus