Tiempo, puedo sentirte y acariciarte,
si paso mis manos, sobre la piel desnuda de mi cuerpo; sobre los surcos que los
días dejaron a su paso tatuando sus horas alrededor de mi ojos, alrededor de mi
boca. Vivencias, sueños, trabajos, risas, llantos, todo está dibujado por ti en
mi.
Ella
Ella se
miraba en el espejo de su cuarto, mientras peinaba sus cabellos blancos. Como
siempre tras cepillarlos, los recogía en un moño muy bien armado. Luego como
una caricia, lo atusaba untando en sus manos una especie de gel engominado. Un
poco de rubor en sus blancas mejillas y el rojo carmín que nunca le faltaba.
Aun conservaba el gusto por ese color. Una geisha parezco, le decía sonriendo,
al reflejo de su rostro en el cristal.
Frente al
armario elige la ropa con la que hoy quiere vestir su cuerpo. Su elección
siempre la basa en cómo se encuentre su estado de ánimo; si intuye desesperanza
el vestuario debe ser verde, si está decaída el rojo es su aliado. Hay también
muchas prendas negras, pero están descartadas.
El toque
final: unas gotas de perfume. Una última mirada antes de salir de la soledad
con la que convive en la noche. Sonríe, esa mujer anciana así arreglada, hace
que se sienta veinte años más joven.
Le gusta
madrugar, sentir el frescor de la mañana y el silencio del comedor. Solo ella y
el tintineo de la cucharilla al remover el humeante café. Luego a medida que las
horas avanzan los residentes van ocupando las mesas vacías. Todos la saludan. Ella
habla con unos y otros, atenta a todo lo que a su alrededor acontece. Su
momento de intimidad ha pasado.
Más tarde
cuando el sol comienza a calentar los rincones del hermoso jardín sale a
pasear, siempre acompañada de un buen libro, hoy ha decidido leer poesía, le
gusta la poesía.
Marisa hace ya
diez años que vive en esta residencia. Su carácter alegre y desprendido le hace
merecedora del cariño de los residentes y de los empleados que allí viven. Suelen contarle sus desencuentros, sus
preocupaciones, algún que otro desliz... Ella les escucha, es lo que todos
esperan, ser escuchados y sentirse queridos. Ella les hace feliz y a cambio
ellos se lo hacen sentir a ella.
Él
Hace un mes
que Julián llegó. Hombre taciturno, seco, áspero y callado, muy callado. No se
relaciona con ningún interno. El personal se queja de su rudeza al dirigirse a
ellos. Independiente, no quiere que nadie se ocupe de él. Por no querer, no quiere
ni los buenos días. Sus ojos siempre mirando al suelo. Un gruñido por respuesta
a todo lo solicitado.
Viste con un
gusto exquisito, siempre, traje gris de fino paño y corte perfecto, hay días
que apuesta por no llevar corbata. Este gesto le confiere un aspecto más
desenfadado, como más cercano, pero solo lo hace de tarde en tarde. Ella se dio cuenta de esta coquetería.
Desayuna
solo en una esquina del salón, así pasa desapercibido, o eso piensa. Tras terminar su café, toma el periódico del día
que reposa sobre el mostrador y sale al jardín. Se sienta en el mismo banco, bajo el mismo árbol. Cada día
igual, nada varía. Su vista clavada a la tierra, sus pies aferrados a ella, sus
ojos tristes, siempre tristes.
Él lee, ella
lee. Marisa y Julián, Julián y Marisa.
Una mañana
de primavera, cuando las flores cuajaban el patio, cuando el olor a jazmín lo
inundaba todo, ella levantó la mirada de su libro de poemas, el levantó la vista
del periódico ya mil veces repasado y leído.
Ellos
Sus miradas
se encontraron, cómplices y curiosas se entretuvieron. En ese preciso instante
el tiempo se detuvo. No hubo ayer. No habrá mañana. Solo para ellos el tiempo
dibujó el hoy.
El tiempo
que marca el paso de las horas, el tiempo que dicta los cambios en el ritmo de
la vida, el tiempo que dice corre o espera, vive o muere. A ellos les gritó:
ama.
Una belleza este relato, San!...precioso, esperanzador, romántico...
ResponderEliminarLamentablemente -no sé cómo serán las cosas por allí- las residencias para ancianos (aquí se les llama geriátricos) que tuve la desgracia de conocer, son tristemente sólo un depósito de personas que esperan la muerte. Dolorosa realidad que muchos no quieren ver y que lastima aún a quienes llegan por pura casualidad. Nada he visto que se parezca a lo que nos cuentas, tanto por trato como por posibilidad de realización, los personajes de tu cuento conservan íntegros su identidad y su capacidad de decidir. Los ancianos que he visto en esos lugares no son dueños de decir prácticamente nada.
en fin...te reitero que me ha gustado mucho la historia que nos dejas.
Un abrazo
Es un post precioso, los personajes muy bien definidos, creíbles, lo que no me encaja con tanta facilidad es el final, precioso, pero no se....la cuestión del amor entre ancianos resulta algo más complicadilla de lo que pueda parecer a los más jóvenes.
ResponderEliminarBsss.
Preciso relato, dentro de la tristeza de algunos ancianos en las residencias
ResponderEliminarTal vez ahora Julian sonria y los dos amen
Un abrazo
Ama y aprovecha cada instante como si fuese el último! Qué triste debe de ser envejecer solo!
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato, las tres perpestivas de una misma historia.
Qué bueno ver como ella se arregla y se pone guapa, antes muerta que sencilla, sí señora!!
Un beso
Neo, afortunadamente se ha trabajado mucho en este campo, mucho aún por hacer, pero lo profesionales que encuentras en estas residencias son personas ,la gran mayoria, que aman lo que hacen y eso se refeja en el cambio producido en estos centros. Puedo hablarte de ello porque visite muchas, y algunos de mis compañeros de estudios están muy comprometidos con esta labor. Atrás queda el concepto de lugar donde se espera la muerte.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, gracias por estás siempre cerca.
Mi abrazo.
Que hermoso San, anoche no quise leerlo, porque era tarde y me gusta leer sin estar demasiado cansada, no quiero que se me escape ninguna frase. Por fortuna las residencias mejoran, pero no todo lo que quisiéramos, eso sí conozco una pareja que se conocieron allí, y se fueron de nuevo a la casa de ella, y allí pese a sus achaques son felices. No hace mucho, vi una peli en el cine que me encantó, pero no recuerdo el nombre en este momento, es de una residencia de pocas personas, pero todas bastantes serías, hasta que llega la hermana de la dueña y produce unos cambios, los cuales les llenan de nuevo de ganas de vivir, aparte la fotografía era preciosa, en cuanto me acuerde te lo digo.
ResponderEliminarEn una residencia como la tuya, creo que me podría adaptar, pero yo le pido a Dios terminar mis días en mi casa, rodeada de las cosas que amo y me traen buenos recuerdos.
Besitos y buena semana.
un último hálito de vida al que aferrarse un regreso a la adolescencia que de pálpito a sus cansados corazones, es la última apuesta. Y ellos no se engañan, lo saben y...apuestan todo contra la banca.
ResponderEliminarTierno y aleccionador relato para reflexionar que el amor es lo único que nos redime ante la inexorabilidad del tiempo.Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarqué bueno que hubo un ellos...
ResponderEliminarUn abrazo!
Un relato precioso.
ResponderEliminarYo soy voluntaria de una residencia de ancianos y hasta ahora no he vivido algo así pero me encantaría ser testigo.
Un beso, San
Hola SAN
ResponderEliminarQue hermoso relato. Lo que yo intuyo como lo más importante es la actitud ante la vida, muy diferentes entre ambos por lo tanto no sé el final de la historia, o el amor cambia la visión de él o ella encuentra el amor en otro "el". Creo que el amor no tiene edad y se puede dar en cualquier momento y lugar.
Me encantó.
Un beso
Es un relato lleno de esperanza, con todos los símbolos que encierra: siempre hay un hueco para el amor, para la compañía, para la integración y armonía. Me gustó la posibilidad que ambos (Marisa y Julián), se dieron aquel día de primavera.
ResponderEliminarUn abrazo :)
La ilusión es lo que hace sentir la vida. Dos personas dispuestas a prolongar sus días, a darles un sentido. Una suerte encontrar una mirada que se engancha a la tuya.
ResponderEliminarMe encanta el relato.
Un beso Leonor
Excelente relato. Muy conmovedor.
ResponderEliminarUn abrazo.
Una vez más se hace buena la frase "el amor no tiene edad". Un relato lleno de humanidad, cosas que pasan en la vida real y que me parecen una maravilla.
ResponderEliminarBESICOS.
Dificil tema para hacer un relato ya que la posición más extendida es que el amor entre ancianos no tiene cabida y creo que mientras haya vida, la posibilidad existe de ilusionarse existe.
ResponderEliminarUn abrazo
Siempre hay una posibilidad que se expande en el horizonte del mañana, dejando atrás el "Quizás" y dando paso al ¿Y porqué no? si el amor no entiende de nada que no sea sentir.
ResponderEliminarUn beso
http://eltinterodeunaescritoraamparodonaire.blogspot.com.es/2012/08/acordes-tu-lado-capitulo-ix.html
Precioso, realmente me encanto.
ResponderEliminarTantos seres asi encontraran su ultimo tramo del camino.
Felices quienes lo logran.
Porque es una etapa poco alagueña.
Cariños
Ojala haya muchas Marisas y muchos Julianes que puedan conocerse y amarse, nunca es tarde.
ResponderEliminarMe encantó la historia pero estoy con Neo en que ese tipo de lugares (hablo de mi ciudad) son depósitos de personas. Yo tampoco he visto ninguno donde se viva con un poco de alegría o esperanza. Son lugares tristes donde la gente "dura" en lugar de vivir. Ojalá esto cambie para bien y sean como los lugares que mencionás en tu comentario
un abrazo
Conozco un lugar así, aquí donde vivo, y me supongo que habrá tenido inquilinos como Marisa y Julián... tan vivos en tu relato, tan reales y cercanos.
ResponderEliminarQué maravilloso relato, San